Los músicos de Bremen - Hermanos Grimm

Había una vez un hombre que tenía un asno, del cual pensaba desprenderse de algún modo, pues estaba ya muy viejo y de tanto transportar sacos al molino había quedado casi inútil para el trabajo. El asno, que no era tonto, adivinó las intenciones de su amo y antes de que éste lo destinara a algún mal fin decidió obrar por su cuenta. «¡Ya está! —se dijo—. Me iré a la ciudad de Bremen, donde a lo mejor podré contratarme como músico municipal». Y dicho y hecho, emprendió el camino hacia dicha ciudad.

Había andado ya un buen trecho cuando se encontró a un perro echado en el camino, el cual, por sus jadeos parecía agotado tras una larga caminata.

—Debes estar muy cansado, amigo —le dijo el asno.

—¡Ni que lo digas! —le contestó el perro—. Verás, como ya soy viejo mi amo quiso matarme, pues dice que ya no sirvo para la casa. Así que decidí alejarme a todo correr. Lo que no sé es que podré hacer ahora para ganarme el pan.

—Mira —le dijo el asno—. Yo voy a Bremen a ver si me contrato como músico de la ciudad. Si vienes conmigo podrías intentar que te contratasen a ti también. Yo tocaré el laúd. Tú puedes tocar los timbales.

La idea le gustó al perro y se fue con el asno. Poco después se encontraron a un gato con cara de no haber probado bocado en varios días.

—Parece que te van mal las cosas, minino —le dijo el asno.

—Y ¿cómo no me van a ir mal, si mi ama ha intentado ahogarme porque dice que ya soy demasiado viejo y no cazo ratones? —dijo el gato—. Conseguí escapar, pero ¿qué puedo hacer ahora?

—Nosotros vamos a Bremen —dijo el asno— y, si nos acompañas, podrías entrar en la banda que vamos a formar, pues con tus maullidos servirías muy bien para el caso.

Aceptó el gato la invitación y prosiguieron todos juntos el camino. Cuando pasaron cerca de una granja vieron en lo alto de un portal a un gallo que se desgañitaba cantando.

—¿Qué te ocurre para que grites así? —le preguntó el asno.

—Estoy desesperado —le contestó el gallo—. Mañana es fiesta y mi ama ha ordenado a la cocinera que esta noche me corten el cuello para hacer conmigo un buen guiso.

—No te apures —le dijo el asno—. Vente con nosotros a Bremen, donde formaremos una banda. Tú, con tu buena voz, nos serás muy útil allí.

El gallo aceptó la invitación y se unió a los demás.

Pero como se hizo de noche, decidieron descansar en un bosque. Ya se habían acomodado bajo un árbol cuando el gallo, que se había encaramado a la rama más alta, avisó a sus compañeros de que veía una luz a lo lejos.

—Debe ser una casa —dijo el asno—. Creo que será mejor que nos dirijamos allá, pues aquí no estaríamos muy cómodos.

Obedecieron todos al asno y se pusieron en camino. Estando ya muy cerca de la casa vieron que se trataba de una guarida de ladrones. El asno, que era el más corpulento, se empinó hasta la ventana para inspeccionar el interior.

—¿Qué ves? —le preguntó el gallo.

—Veo una mesa puesta —contestó el asno—, con mucha comida y bebida. Junto a ella hay unos bandidos que están cenando muy bien.

—¡Ojalá pudiéramos hacer lo mismo nosotros! —exclamó el gallo.

—¡Ni que lo digas! —asintió el asno.

Se pusieron entonces los cuatro amigos a deliberar acerca de cómo podrían arreglárselas para ahuyentar a los bandidos. Al final, discurrieron una buena artimaña. El asno se puso de manos al lado de la ventana; el perro se encaramó a las espaldas del asno; el gato se montó encima del perro y, por último, el gallo batió sus alas y fue a posarse en la cabeza del gato. Ya bien colocados, el asno dio la señal y todos a una se pusieron a emitir gritos.

¡Figuraros la que armarían el perro ladrando, el gato maullando, el gallo cantando y el burro rebuznando! En medio de aquella algarabía los cuatro compañeros se precipitaron de golpe en la habitación rompiendo los cristales de la ventana. Los bandidos, aterrorizados por tan súbito estruendo, no se pararon a pensar de qué podía tratarse y salieron rápidamente. Nuestros cuatro amigos habían logrado su propósito y, sin esperar a más, corrieron hacia la mesa, para dar buena cuenta de la suculenta comida.

¡Menudo atracón se dieron!

Concluido el banquete, estuvieron un buen rato relamiéndose de gusto. Después, apagaron la luz y cada cual se fue en busca de un buen sitio donde pasar la noche. El asno se echó en una especie de cuadra que había allí.

Sería media noche cuando los ladrones, al observar desde lejos que no había luz en la casa y que todo parecía tranquilo en ella, empezaron a tranquilizarse.

—Creo que hemos sido demasiado miedosos —dijo el jefe de los bandidos—. Convendría ir allá a echar un vistazo.

Entonces mandó a uno de la cuadrilla a que fuera allí a reconocer el terreno.

El enviado entró en la casa a oscuras y se dirigió a la cocina a encender una luz. Algo brillaba en el fogón, sin duda unas brasas, y se acercó a ellas. Pero no, no eran brasas, sino los ojos del gato... El minino, al sentirse molestado, saltó a la cara del intruso y empezó a arañarle y a dar bufidos. El bandido, muy asustado, echó a correr; pero al pasar por la puerta, el perro se tiró sobre él le clavó los colmillos en una pierna; siguió corriendo a través de la cuadra, y el asno le atizó una tremenda coz, mientras el gallo, que también se había despertado, empezó a gritar con todas sus fuerzas desde la viga: «¡Kikiriki!, ¡Kikiriki!, ¡Kikiriki!...»

El bandido, pese a lo maltrecho que había quedado, salió disparado hacia donde estaba la cuadrilla, y al llegar allí le dijo al capitán:

—¡Qué espanto!... En la casa hay una bruja endemoniada que con sus largas uñas me ha llenado la cara de arañazos. ¡Y cómo bufaba la condenada! Después, en la puerta, un hombre se ha lanzado sobre mí con un cuchillo y me lo ha clavado en una pierna. Por si fuera poco, al pasar por la cuadra un negro gigantesco me ha dado un golpe descomunal con una porra tremenda... Y aun, desde el tejado, el juez no paraba de gritar: «¡Traédmelo aquí, traédmelo aquí...!» Menos mal que he podido salir con vida de tan horrible trance. ¡Huyamos, huyamos todos enseguida!

Así lo hicieron los bandidos, quienes jamás se atrevieron a acercarse por aquellos andurriales. Gracias a ello, los cuatro músicos de Bremen pudieron pasar en aquella casa su vejez con toda comodidad y sosiego.


Título: Los músicos de Bremen
Autor: Wilhelm y Jacob Grimm

Sinopsis:

Cuatro animales —un burro, un perro, un gato y un gallo—, cuyos dueños han decidido sacrificarles porque consideran que son demasiado viejos, se encuentran después de haber huído de sus casas. Al conocerse, inician un viaje a la ciudad de Bremen, pero en su camino llegan al anochecer a una choza en la que están pernoctando unos bandidos. Con el objeto de amedrentarlos para ocupar ellos la vivienda, forman una figura esperpéntica con sus cuerpos, emitiendo a la vez los sonidos propios de su especie, en unísono, lo que hace huir de terror a los bandidos.


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